Sus pupilas vibraban jugando disimuladamente
a no ser vistas
por las mías
Pero eran negras, oscuras, y se me clavaban
en lo más profundo
del cerebelo.
Su boca, cerrada, gritaba sus intenciones ocultas,
las
que no me diría hasta estar ebrio.
Se atrevió a hablar, al fin,
puede que no supiera qué
decir.
Se limitó a invitarme a una copa,
di las gracias y me fui.
Terminó la noche, la música resonaba
en los tímpanos
castigados
de gente sudorosa y cansada,
moviéndose como si la evolución humana
fuese un
mito.
Amanecía en el reflejo de los cristales
de los edificios de oficinas vacías,
a través de ellos, en la parada del tranvía,
unas pupilas vibraban de nuevo,
jugando a no ser vistas por las mías.
Pero eran negras, oscuras, y se me clavaban
en lo más profundo del cerebelo.
Me acerqué a darle los buenos días,
aunque puede que no fuesen tan buenos.
- Vaya niñata, te invito a una copa y desapareces.
- Esta niñata hubiese querido que la invitases a un beso,
pero preferiste invitarle a una copa.
MG