No fuimos prisioneros de lo que nunca dijimos,
romper esos
silencios no nos hubiese mantenido unidos.
Con el tiempo he aprendido que, simplemente,
no teníamos nada más que decirnos.
Que tus ojos nunca me hablaron
y tus manos jamás llegaron a
tocarme,
hasta el punto de acelerarme el pulso cardíaco.
Al mirarte, mis pupilas
no latían,
con tanta razón me llamabas fría.
Y con todas me siento agradecida,
por enseñarme qué es lo que no
quiero en mi vida,
pero sobre todo por enseñarme, que si los silencios hablan,
es porque estás con tu media naranja.