sábado, 4 de junio de 2016

La sangre del limón

No fuimos prisioneros de lo que nunca dijimos, 
romper esos silencios no nos hubiese mantenido unidos. 
Con el tiempo he aprendido que, simplemente,
 no teníamos nada más que decirnos.

Que tus ojos nunca me hablaron 
y tus manos jamás llegaron a tocarme, 
hasta el punto de acelerarme el pulso cardíaco. 
Al mirarte, mis pupilas no latían, 
con tanta razón me llamabas fría. 
Y con todas me siento agradecida, 
por enseñarme qué es lo que no quiero en mi vida, 
pero sobre todo por enseñarme, que si los silencios hablan, 
es porque estás con tu media naranja. 













Pero ya sabes que yo considero que las personas ya estamos enteras, 
que somos como limones salvajes esperando que alguien nos muerda. 

- mg.



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