martes, 9 de febrero de 2016

Libertad para desobedecer



Recuerdo aquellas noches de verano, envueltos en mantas, tirados en el césped húmedo y sintiendo cómo las estrellas nos cautivaban haciéndonos sentir maravillosamente insignificantes. 
Recuerdo las historias de miedo, aquellas que empezaban con un “Esto pasó de verdad” eran sin duda las mejores. Porque nos encantaba estar así, sintiendo el frío y como cada uno de los poros de nuestra piel se erizaba con las ideas de nuestras mentes perturbadas, imaginando a un loco asesino saliendo de entre la oscuridad para matarnos de forma lenta y dolorosa.


Y en el fondo nos encantaba. Amábamos esa sensación de alerta y exaltación donde el mundo real se desvanecía. Te confesaré algo, es cierto que éramos adictos a la adrenalina, pero lo que realmente disfrutábamos era pasar miedo juntos, porque de esa absurda manera impedíamos sentirnos solos. 
Porque el loco asesino era un payaso al lado de la sensación de soledad. 
Y es por ese motivo por el que renunciamos a ser nosotros mismos, nos repetimos una y otra vez “ Si soy como los demás, si no tengo pensamientos o sentimientos que me hagan diferente, si me adapto a las costumbres, a las ropas, a las ideas y al patrón de grupo, estoy salvado; salvado de la temible experiencia de la soledad”(*)



Nos lo hemos repetido tantas veces que incluso nos lo hemos llegado a creer con fuerza.


A pesar de ello, unos pocos se niegan a seguir el patrón, y es que el bien y mal no existen si no hay libertad para desobedecer. (*)

MG
(*) Erich Fromm

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